Disfrutar de estar solos

Este es el tema que la periodista Elixabete Legarda me planteó hace unos días para tratar en uno de los programas del mes de Abril, en “Vivir para ver”, de radio Euskadi.

– “La soledad entendida como un poliedro, con muchas caras y facetas de una misma figura”- me propuso.

A raíz de esa idea general y algunas preguntas más concretas ha surgido la siguiente reflexión, fruto de mis propias vivencias personales y de la observación y acompañamiento terapéutico individual y grupal de cientos de personas de todas las edades, que llevo haciendo durante los últimos veinte años. Lo comparto contigo y te invito a mirar la soledad de frente y sin tapujos, para poder sanar y vivirla también desde su cara más amable y luminosa.

¿Qué quiere decir disfrutar de estar solos?

Yo lo entiendo como estar en íntima y agradable compañía con una misma. Esos momentos de soledad son una delicia. Es como cuando compartes tu tiempo con tu mejor amiga o amigo, en un ambiente distendido, de confianza y cariño. Te sientes libre de ser quien realmente eres, sin necesidad de guardar las formas o apariencias para ser aceptada, reconocida y querida.

Los momentos de soledad son espacios muy necesarios en el desarrollo de la persona. Es como un volver a casa, conectarte con tu corazón. Y dependiendo de cómo nos encontremos en cada periodo de nuestras vidas, nos sirven para distintos cometidos. Por ejemplo, para disfrutar del descanso, para la auto reparación emocional , la reflexión, la expresión creativa, la formación autodidacta, la práctica del ejercicio, cuidado de nuestro cuerpo y puesta a punto física, la conexión con la naturaleza y con nuestro ser trascendente espiritual, la conexión con tu propio corazón, con tus necesidades, deseos y anhelos del alma…

En mi caso, esos encuentros íntimos en soledad son imprescindibles también para hacer balance, para centrarme, y para soñar despierta y proyectar a futuro, alineada con mi verdad y mi camino personal.

Los seres humanos somos seres singulares, individuales, y también sociales, que formamos parte de sistemas. Es evidente que el ser humano necesita de otras personas para sobrevivir, crecer, aprender, compartir, disfrutar de la vida y evolucionar. Desde los orígenes nos hemos organizado en grupos y sociedades. Empezando por la familia, la familia extensa, la comunidad y cultura a la que pertenecemos, los grupos de trabajo, de amistad, organizaciones sociales, políticas, religiosas… Por eso pienso que es tan importante cultivar estos dos ámbitos, el personal y el colectivo, y aprender a crear y vivir tanto espacios de soledad, como espacios para el encuentro y para compartir, de forma sana, feliz y constructiva.

Actualmente vivimos en una cultura donde, sobre todo, se valora hacer, tener y demostrar, para ser una persona válida, reconocida y valorada socialmente. Como si el mero hecho de existir no fuese suficiente para merecernos el amor y el respeto de nuestros semejantes. Además, en general, estamos bastante desvinculados de la naturaleza y de los ciclos naturales de vida-muerte-vida, como si nosotros no fuéramos parte. Esta disociación nos limita la comprensión de las situaciones y los procesos vitales, personales y sociales. Nos resta perspectiva y calma a la hora de analizar y comprender la realidad y nos aparta del flujo de la Vida y del planeta, insensibilizándonos y generando la falsa sensación de que estamos solos y desconectados.

No nos enseñan a estar a solos y en paz con nosotros mismos. La mayoría de las veces, la soledad se vive, se vincula y se transmite desde la más tierna infancia como un castigo, como exclusión, amenaza, abandono y como un estado de gran sufrimiento y desamparo emocional y físico. Los bebés necesitan del contacto, del cuidado y del apego seguro para ir creciendo sanos y con confianza. Y, si por los motivos que fueran, no llegaste a vivenciar e interiorizar el sentimiento de seguridad, protección y sensación de pertenencia a un sistema en tu infancia, en la edad adulta será más difícil que disfrutes de tu soledad como un regalo, porque en realidad tu niña o niño interior está herido y dentro de ti habita un miedo profundo, muchas veces invisible si estás rodeado de otras personas y ocupado haciendo y haciendo cosas, pero que sale a la luz cuando te detienes y te retiras a tu interior. Por eso a veces da tanto miedo.

En las diferentes etapas de la infancia, incluso durante la concepción, la etapa gestacional y el momento del parto, ese ser va percibiendo los sentimientos de su madre y de las personas más cercanas y va recibiendo una primera experiencia de existir en el mundo, como un entorno seguro o como un lugar peligroso y amenazador.  Muchos peques, incluso aunque sus necesidades básicas de alimentación, higiene y cobijo estén cubiertas, se sienten muy solos por falta de contacto amoroso y presencia atenta de sus cuidadores, con tiempo suficiente y de calidad.

El momento de la escolarización, para algunos niños y niñas, puede ser también una situación de mucho desamparo e inseguridad, a pesar de estar rodeados de iguales y de una figura de referencia como es la profesora o profesor. En la mayoría de los casos ese primer entorno social es tan estandarizado y uniforme, que si la niña o el niño sale de la norma, puede sentir un gran rechazo y un fuerte sentimiento de soledad e incomprensión. Incluso aunque desarrolle las habilidades sociales necesarias para pasar desapercibido, el sentimiento interior sigue siendo ése y tarde o temprano termina manifestándose en algún tipo de somatización o pauta de comportamiento preocupante.

Pero en la infancia los momentos de soledad pueden ser, y de hecho son, maravillosos y sublimes. Cuando la personita se siente segura y a salvo, son momentos de conexión con la propia esencia y con la vida, en estado puro. Fíjate o recuerda cuando jugabas ensimismada, cuando hablabas con tus amigos invisibles, cuando inventabas historias, o cantabas, reías, corrías y saltabas simplemente por el placer de hacerlo, cuando dibujabas porque sí, te subías a un árbol, seguías el rastro de las hormigas o hacías un pocito en la arena, a la orilla del mar, te columpiabas como si volaras, o caminabas despacito, sin prisa, de vuelta a casa, al salir de la escuela.

En la adolescencia el joven busca su tribu y grupo de referencia entre iguales y también sus momentos de intimidad. Es una etapa de redefinición de la identidad; de transición desde la infancia hacia la edad adulta; de experimentación, ensayo y error, necesarios para crecer. Se zambulle en la vida social y también se refugia en la soledad. Su cerebro en transformación y su sistema hormonal súper activado le hacen percibir el mundo con muchísima intensidad emocional, y las heridas no sanadas de la infancia pueden volver a salir a la luz con más fuerza.

En esta edad, a menudo, también podemos encontrar la soledad como mecanismo de defensa hacia las relaciones dolorosas, tóxicas y destructivas. Pero si esta opción de autodefensa se perpetúa en el tiempo, el sufrimiento emocional puede ser aún mucho mayor hasta llegar a convertirse en un problema realmente serio, que puede llevar, en casos extremos, incluso al suicidio. Por eso es tan importante el aprendizaje de ese equilibrio entre soledad y socialización sana.

Fíjate o recuerda tus momentos de soledad asociados a la melancolía, los desamores, las dudas y miedos, los enfados, los planes y sueños de libertad ilusionantes… y también largas horas tirado en la cama o en un parque, sin hacer nada “productivo”, “en tu mundo”. Momentos de creatividad y creación a través de la escritura, de la música, de la expresión plástica o audiovisual… Momentos en los que aprendiste a elegir, a enfrentarte de nuevo con la frustración, a cuestionarte y reflexionar, a encajar los golpes y levantarte después de haberte caído, a asumir tus propias decisiones, …

En la edad adulta se supone que la lección del tándem libertad-responsabilidad ya está aprendida. Es la etapa en al que decidir cómo, dónde y con quién quiero vivir. Es el tiempo de la materialización, de manifestar los sueños en la vida cotidiana. Del compromiso con nuestras elecciones. Tiempo de hacer. A veces demasiado hacer y poco espacio para ser. La edad adulta es larga. Podemos pasar por distintos periodos de crecimiento personal y colectivo y por fases de crisis y reposicionamiento. En muchos casos vamos responsabilizándonos también del cuidado de otras personas a nuestro cargo. Y en todo este trajín y responsabilidades asumidas, la soledad puede vivirse también de distintas maneras:

Están las soledades no deseadas, temidas, evitadas a toda costa. Las conozco muy de cerca. Y te puedo asegurar que un buen acompañamiento terapéutico a tiempo puede ayudar a superarlas y salir fortalecidos de la experiencia.

Soledades escondidas, atrapadas, que se llevan en silencio. Cuando a pesar de estar rodeada de personas, incluso de personas queridas, te sientes sola, incomprendido, con miedo a compartir lo que sientes y lo que realmente piensas por temor al rechazo, al abandono, a la pérdida, al cambio, al fracaso, a hacer daño, a ser mala persona, al castigo… Soledad asociada a emociones de culpa, vergüenza, rabia, resentimiento, tristeza, desconexión, depresión…

Soledades generadas por los acontecimientos y el devenir de la vida: una separación o divorcio, un traslado, un distanciamiento de las amistades, la emancipación de los hijos, un accidente, el fallecimiento de la persona con la que convivías …

Soledades sociales, por ser diferente a la mayoría y pertenecer a un colectivo que no se ajusta a la norma aceptada en cada momento histórico y cultural. Soledades asociadas al rechazo social, la exclusión, la vergüenza, la no aceptación, el odio, la discriminación… por ser de otro lugar, de otra cultura, por pensar diferente, por amar diferente, por querer y necesitar habitar otro cuerpo, por no tener recursos, por tener una discapacidad, una enfermedad, una adicción…

La soledad de la cárcel, del exilio, del internamiento psiquiátrico…

Sin embargo, en la edad adulta también existe lo que yo llamo “soledad luminosa”, esa que es conscientemente elegida, un estado que te aporta un gran bienestar, centramiento, libertad, perspectiva y conexión con todo tu Ser y con la Vida. Me refiero a ese tiempo y espacio para sentir y reflexionar, para conocerte más, comprenderte mejor y aprender a ser tu mejor amiga o amigo. Momentos de soledad para abrazarte y traer luz a los miedos, a los complejos, las inseguridades, las heridas, y sanar los traumas y fantasmas del pasado. Momentos para cultivarte disfrutando de aquellas actividades que más te gustan, crecer por dentro y luego poder compartirte, más plena y feliz, en los momentos de encuentro con otras personas.

Todo lo que hayas sanado, aprendido y cultivado en las etapas anteriores te servirá para disfrutar también en la vejez. Cómo te hayas manejado con la soledad anteriormente puede marcar una gran diferencia a la hora de vivir los últimos años de tu vida. Especialmente si llegas a muy mayor. Los aprendizajes de vida, la fortaleza de espíritu, la satisfacción por lo vivido y creado, y la capacidad de aceptación y adaptación a las nuevas situaciones van a ser el sostén para afrontar esta nueva y última etapa en la que posiblemente se presenten dolores y enfermedades, pérdida paulatina de facultades físicas y autonomía personal, pérdidas importantes de seres queridos y de amistades… La sabiduría y templanza de esas personas mayores que han sabido hacerse amigas de la “soledad luminosa”, nos llega y se percibe en lo cotidiano a través de su presencia serena, alegre y en paz.

Como conclusión diría que se puede aprender no solo a tolerar, sino a disfrutar de la soledad, como decía al principio de este artículo, a estar muy a gusto en tu íntima compañía, sin olvidar que somos seres sociales y que necesitamos del contacto, el amor y la relación de calidad con otras personas para vivir y ser felices.

Amor incondicional, aceptación, respeto y dedicación. Tiempo en compañía y autocompañía de calidad, contacto consciente, escucha empática y ternura. Creo que estos son los ingredientes que mejor pueden hacer transformar un sentimiento doloroso de soledad en una soledad luminosa. Es entonces cuando nos damos cuenta de que realmente la vida se manifiesta de múltiples maneras sutiles a nuestro alrededor y todos nosotros formamos parte del conjunto, con lo cual nunca estamos solos.

En cuanto la entrevista de radio en la que charlaremos sobre todo esto y más esté on-line, la añadiré al resto de audios descargables que puedes encontrar al final de la página de inicio de www.irmamier.com

Recibe un cálido abrazo y que disfrutes del encuentro contigo misma/o.

Irma Mier

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